jueves, 25 de septiembre de 2014

Siempre me sentí más observadora que lo normal.
Siempre me vi mirando más allá de lo que uno era.
Me descubrí a mí misma, mirándote a vos.
Te observaba, como el tigre a su presa.
Pero yo no era como el tigre, yo no quería dañarte y saciarme.
{Yo quería comerte, pero de otra forma.}Me desatabas con la mayor facilidad, éramos vos y yo, y nadie más.
Tu pelo, me gustaba mucho, acariciarlo era lo más parecido a la gloria.
Era grueso, así como una cuerda de violonchelo.
Tus ojos, redondos y brillosos, como si fueran un rayito de sol dentro de una esfera.
Son como el fuego. Como todo lo que viene de vos, fuego.
Tu nariz, con esa curvatura perfecta, esa que solo puede tener un tobogán.
¿Cómo no mirarte solo a vos?, decime.
Tu cuerpo era un templo.
Adoraba que me rodees con tus brazos mientras me apoyaba en tu pecho, y que con tus manos garabatees mi espalda. 

¿Cómo no mirar tu boca?
Esa boca, esa boca gruesa, rojiza, carnosa, ¡qué hermosa boca!.
Tu boca es de esas bocas que arrancan los besos de raíz, y que marcan los labios que tocan, los cuellos, las clavículas, el pecho que tocan.
Quiero morirme, quiero hacerlo, y quiero que sea ahí, en tu boca.
Quiero gritarte lo que me haces sentir, quiero vibrar y mientras tanto latir, quiero todos los besos que puedas entregar, los quiero para mí.

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